Antes de la Revolución Industrial, el mundo estaba sumido en la pobreza
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Las personas suelen desconocer u olvidar que «la historia de la pobreza es prácticamente la historia de la humanidad» (Henry Hazlitt, La conquista de la pobreza, Unión Editorial, 2020, p. 19).
La pobreza se manifiesta como «la condición primitiva de la raza humana» (Jeremy Bentham, en: El «estado de naturaleza» es un estado de pobreza | Mises Institute).
La pobreza es el resultado de la falta de producción de riqueza (Antonella Marty, El manual liberal, Deusto, 2021, p. 97).
Durante mucho tiempo ha primado la creencia de que la prosperidad había crecido paulatinamente en el transcurso de la historia de la humanidad, en un proceso que se iba acelerando con el tiempo. Sin embargo, el economista israelí Oded Galor sostiene que esto no es así, que se trata de una distorsión (El viaje de la humanidad, Paidós, 2022, pp. 15 y 60). Mientras que el desarrollo de la tecnología refleja, ciertamente, un progreso paulatino a lo largo del tiempo, este avance no tuvo efectos positivos ni en la medición económica de la calidad de vida (los ingresos per cápita) ni en la biológica (la esperanza de vida).
Tanto en la era de los cazadores-recolectores (que duró aproximadamente 190 mil años) como en la era de los campesinos (que comenzó hace 12 mil años y concluyó a finales del siglo XVIII), las personas vivían en condiciones de extrema pobreza y se veían constantemente amenazadas por hambrunas.
Era sumamente grave el hecho de que los individuos no pudieran asegurar la suficiente energía para el adecuado funcionamiento del cuerpo. Antes de la Revolución Industrial, la población tendía a crecer a un ritmo superior al suministro de alimentos (Johan Norberg, Progreso, Deusto, 2017, p. 35). El economista estadounidense de origen español Xavier Sala i Martín sostiene: «A través de la historia las sociedades humanas han sido formadas por unos pocos ciudadanos muy ricos y una aplastante mayoría de pobres. El 99,9% de los ciudadanos de todas las sociedades de la historia, desde los cazadores recolectores de la Edad de Piedra, hasta los campesinos fenicios, griegos, etruscos, romanos, godos u otomanos […], pasando por los agricultores de la Europa Medieval, la América de los incas, los aztecas o los mayas, el Asia de las dinastías imperiales o el África precolonial, vivieron en situación de pobreza extrema. Todas, absolutamente todas esas sociedades tenían a la población al límite de la subsistencia hasta el punto de que, cuando el clima no acompañaba, una parte importante de ellos moría de inanición» (El capitalismo reduce la pobreza en el mundo, 22-10-2013).
Es importante recordar que Francia enfrentó numerosas hambrunas a lo largo de los siglos XI al XVIII. Durante el siglo XVIII, en particular, sufrió dieciséis hambrunas (Norberg, Progreso, p. 30).
La mortalidad infantil era altísima. En las sociedades de cazadores-recolectores, cerca del 20% de los niños moría antes del primer año de edad (Angus Deaton, El Gran Escape, FCE Chile, 2015, p. 95). Como la mortandad infantil era tan alta, las sociedades agrarias precisaban que las mujeres dieran a luz de media cinco o seis bebés sanos para mantener la población a un nivel estable (Ian Morris, Cazadores, campesinos y carbón, Ático de los Libros, 2016, p. 135). Dar a luz era tan riesgoso para una mujer como jugar a la ruleta rusa (Johan Norberg, Abierto, Deusto, 2021, p. 221).
Las sociedades de cazadores-recolectores tenían una esperanza de vida que oscilaba entre los 20 y 30 años. En civilizaciones clásicas como la Antigua Grecia o el Imperio romano, se estima que la esperanza de vida oscilaba entre los 18 y 25 años (Norberg, Progreso, p. 80). Hacia el año 1800 la esperanza de vida para el mundo en su conjunto rondaba los 30 años (Steven Pinker, En defensa de la Ilustración, Paidós, 2020, p. 82).
La humanidad antes de la Revolución Industrial y el auge del capitalismo vivía como ha dicho el historiador sueco Johan Norberg en una constante «excursión al campo»: sin comida suficiente, sin medicinas, sin antibióticos, sin anestesia, sin electricidad, sin aire acondicionado o calefacción, sin acceso al agua para las necesidades básicas (como higiene y limpieza) y sin sistemas de desagüe.
Durante su intervención en el Foro Económico Mundial celebrado en Davos (enero de 2024), el presidente argentino Javier Milei nos recordó que cerca del 95% de la población mundial vivía en la pobreza más extrema.
El progreso tecnológico de la época preindustrial no era capaz de generar un aumento perdurable en el PIB per cápita de la economía, ya que cualquier mejora en el PIB per cápita ocasionaba una aumento de la población, lo cual hacía retroceder este PIB per cápita, llevándolo al nivel de subsistencia (Philippe Aghion et al., El poder de la destrucción creativa, Deusto, 2021, p. 60).
La politóloga argentina Antonella Marty afirma sarcásticamente que entonces «abundaba la «igualdad» de la que tantos socialistas hablan hoy día: éramos todos igualmente pobres» (El manual liberal, p. 97).
Esta cruda realidad comenzó a diluirse durante la era del capitalismo industrial. Al respecto, el científico cognitivo canadiense Steven Pinker afirma: «Cuando la Revolución Industrial liberó un surtidor de energía utilizable a partir del carbón, el petróleo y la fuerza del agua, posibilitó el Gran Escape de la pobreza, la enfermedad, el hambre, el analfabetismo y la muerte prematura, primero en Occidente y progresivamente en el resto del mundo» (En defensa de la Ilustración, pág. 47). En la misma línea se pronuncia el economista chileno Hernán Büchi: «En poco más de dos siglos se progresó a una velocidad muy superior a la de los milenios que precedieron. El bienestar se multiplicó por 30 e incluso 100 veces si consideramos el cambio en la calidad y naturaleza de productos y servicios. Este progreso no es sólo de números; la expectativa de vida se duplicó y la mortalidad infantil pasó a ser insignificante en términos históricos para los países que se subieron al tren del progreso» («Progreso, pobreza e inequidad en el mundo», El Mercurio, 12-01-2015). Hoy en el 2023, y después de que el capitalismo se propagara a lo largo del orbe, solo el 8% de la población mundial vive bajo la pobreza extrema [Capitalismo y bienestar – Fundación para el Progreso (fppchile.org)].
Si consideráramos los 2,5 millones de años desde el inicio de la evolución del género Homo en África «y lo transformáramos en un solo día de veinticuatro horas, este gran salto de progreso de los últimos dos siglos representaría apenas los últimos seis segundos del día. Incluso si solo consideráramos los doscientos mil años de evolución del Homo sapiens, el progreso económico en forma se habría materializado en el equivalente al último minuto de ese día que resume la historia de nuestra especie» (Nicolás Eyzaguirre, Desigualdad, Debate, 2020, p. 32.). Según otro cálculo, los doscientos años de progreso representan «el 0,07 por ciento del tiempo que los seres humanos hemos vivido en la Tierra» (Marty, El manual liberal, p. 95).
En suma, el Homo sapiens ha permanecido la mayor parte de su existencia atrapado en penurias y privaciones, muy cerca del nivel de subsistencia. Durante los dos últimos siglos «este patrón se ha modificado drásticamente. Desde el punto de vista histórico, la humanidad ha experimentado una mejora sin precedentes en su calidad de vida de la noche a la mañana, literalmente» (Galor, El viaje de la humanidad, pp. 13, 14 y 60).