Formas del Progresismo

Formas del Progresismo

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El progresismo viene de la palabra “progreso”. Se trata de un término emparentado con “evolución”, aunque no significan lo mismo. La evolución es el desenvolvimiento de potencialidades que existen desde el principio, aunque Herbert Spencer, en el siglo XIX, le cambió el sentido, al considerarla un proceso natural por el cual la materia disipa movimiento y genera organización. Es un concepto que Darwin tomó como propio, aunque no le daba el mismo sentido.

Como sea, progreso no es evolución, porque la evolución se considera un proceso natural, mientras que el progreso es cultural. Hay quienes consideran que su uso moderno se inició con el Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano de Condorcet, un filósofo ilustrado francés (Condorcet, 1980, p. 79 y ss). Sabemos que la ilustración hacía propia la consigna de atreverse a saber (“sapere aude”, como dijera Kant) y tiene su manifestación más clara en la obra del liberal Locke y del anglófilo pensador francés Voltaire. El progresismo, como movimiento político, se origina en el liberalismo, y tiene como hija bastarda a la Revolución Francesa, modelo de todas las revoluciones socialistas que vinieron después. Podríamos decir que el socialismo es descendiente del liberalismo y del republicanismo, aunque haya planteado que el mismo impulso que llevó a consolidar el poder de la burguesía debía encargarse de sustituirlo por el poder del proletariado.

Si vamos al origen del modernismo liberal, debemos remontarnos a la Nueva Atlántida, una obra utópica de un inglés, el padre del empirismo, Francis Bacon (Bacon, F., 2017). Es decir, antes de que el progresismo se volviera francés, primero fue inglés. En esta obra, Bacon imagina una sociedad en la que la religión ha sido sustituida por la ciencia y la técnica, una sociedad manejada por sabios, organizada de un modo planificado, que goza de los frutos tecnológicos de una ciencia capaz, por ejemplo, de acumular la energía del Sol. Es curioso que para la misma época surge la mayor caricatura del progresismo, también de la mano de un inglés: Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver (Swift, J, 2014, p. 177 y ss). Esta novela satírica, entre los nuevos mundos descubiertos por un explorador, describe la ciudad de Laputa. En ella, los sabios sobrevuelan el territorio en una isla flotante guiada por un imán, y están tan hundidos en sus meditaciones que tienen sirvientes que les golpean las orejas con una vejiga atada a la punta de un palo para indicarles cuando deben escuchar, y en la boca cuando deben hablar. En esa región se hacen experimentos extraños, como intentar reconstruir alimentos a partir de las heces humanas, o almacenar energía solar en sandías. También hay un mecanismo de alambres con letras unidos a ruedas que permiten cambiar su posición en un tablero, y cada vez que las letras forman palabras o frases inteligibles unos escribas las anotan armando enciclopedias con todo el saber posible.

Bacon describía una utopía, un no lugar donde proyectaba su fantasía de un Estado mejor, dedicado al bienestar terrenal del hombre a través del uso del saber científico técnico, y es esta una de las definiciones de lo que la política llama “lo progre”.

Pero si queremos buscar un antecedente más antiguo, debemos remontarnos al gnosticismo (Hutin, S., 1984). La secta gnóstica es representada en la Biblia en la versión del Simón el Mago. Este hombre quiso comprar a unos santos cristianos el poder de imponer el Espíritu Santo. Al no lograrlo, se las ingenió para convencer a Nerón de poder hacer los mismos milagros que hacían los sacerdotes cristianos, utilizando ingenios mecánicos, por ejemplo, para mostrar que podía volar. Es quizás la primera figura que parece dispuesta a aceptar cualquier saber capaz de otorgarle poder. Los gnósticos no tenían un pensamiento único, pero eran elitistas, creían que la salvación era fruto de un saber para pocos. Creían que el cuerpo era malo, que era una cárcel de un alma que no tenía género. Buscaban volver a la condición hermafrodita originaria en la que no había caída ni falta. Incluso en el Renacimiento un médico como Paracelso pensaba que el comer y el reproducirse era fruto de la caída, y que el hombre primitivo no necesitaba de ellos pues era eterno. De ahí la búsqueda de un elixir de la vida eterna. Todo esto parece renacer en las ideas de crear una nueva humanidad, que ya no es el hombre nuevo de Marx, liberado de la alienación, sino un hombre postorgánico (Sibilia, P., 1999), capaz de actuar sobre su naturaleza biológica gracias a la tecnología.

Lo cierto es que aquello que era visto por Bacon como un fin en sí mismo, el desarrollo de la ciencia y de la técnica, hoy es visto por los progresistas como un medio. Un medio de lo objetivo al servicio de una subjetividad que se convierte en el derecho fundamental, caracterizada por dos variables: el placer y la autopercepción.

El tema de la subjetividad parecía haber quedado eclipsado durante la modernidad. Sin embargo, fue el compañero necesario de la objetividad, desde que Descartes distinguiera entre la res cogitans, esto es, el alma, y la res extensa, el cuerpo. Dentro de la res cogitans ubicó todas las sensaciones, sentimientos y afectos, es decir, todo aquello sobre lo cual los progres actuales pretenden legislar, mientras que consideró que las leyes naturales sólo eran aplicables a la res extensa, entendida como materia en movimiento.

Si bien el materialismo descartó a la res cogitans como hipótesis innecesaria, a partir del progresismo positivista del siglo XIX (con su consigna “orden y progreso”) y del progresismo comunista del mismo siglo (con su consigna materialista de “abolición de la propiedad privada y creación del hombre nuevo”), lo cierto es que un progre no se atrevería, hoy en día, a negarle el tener un alma a su mascota preferida, como sí lo hiciera Descartes, para quien los animales sólo eran máquinas complejas. Los progres tampoco aceptarían hoy en día que el progreso sea algo exclusivo de lo humano, como lo demuestran las tendencias ecologistas, que pretenden una economía, tecnológica, sí, pero sustentable, y que no dañe a la naturaleza. El progresismo es contrario al uso de esos combustibles fósiles que impulsaron, paradójicamente, el progreso, durante la primera y la segunda revolución industriales, y también contra la energía atómica de la revolución tecnológica de la posguerra, aunque ama los productos tecnológicos que permiten la entrada al reino de la virtualidad, que nos ha convertido en algo similar a los sabios de Laputa que olvidaban escuchar y hablar. De todos modos, su idea de naturaleza es puramente imaginaria: se trata de una Pachamama no violenta, maternal y feminista, más parecida a la descripción del paraíso anterior a la caída que aparece en el Génesis, que a ese prado aparentemente calmo que oculta una permanente y sangrienta lucha por la supervivencia, del que hablaba crudamente Darwin en El origen de las especies.

Así que la idea de los progres es utilizar los progresos de la ciencia y de la técnica al servicio de la subjetividad. Lo que diferencia a los liberprogres de los progres de izquierda es si entienden esa subjetividad como individual o como colectiva. Parece una gran diferencia o una pequeña diferencia, según con qué vara se la mida. Desde la perspectiva económica, establece la oposición entre quienes defienden la libre competencia económica, y los partidarios de un Estado presente, que hace justicia social a través de la redistribución de la riqueza. Mientras los liberprogres sostienen que es la creación de la carga impositiva del Estado lo que impide el libre disfrute que es una de las dos variables de la subjetividad como portadora de derechos, para la izquierda progresista es la desigualdad generada por la opresión de unos grupos sobre otros lo que hace que unos tengan más (cosas, derechos, privilegios) y que una verdadera justicia consiste en que le sea devuelto a un grupo lo que históricamente (míticamente) le fuera quitado por el otro. Para el progresismo de izquierda, al pertenecer a un grupo identitario el sujeto individual es un mero avatar del sujeto colectivo del cual es portavoz, pasando a compartir sus virtudes o sus miserias, un karma parecido al que caracterizaba la pertenencia a tal o cual casta de la India. La justicia consiste en compensar el daño invirtiendo la pirámide, poniendo al paria en la cima y haciendo de la élite la casta del desprecio.

Sin duda se trata de una importante diferencia, pero en el fondo se comparte en los dos casos un universal que es el de lo progre, que pone lo objetivo al servicio de la subjetividad, la cual, como dijimos, tiene dos ejes que se implican mutuamente, el eje hedonista (buscar el placer y huir del dolor), y el eje de la identidad (yo soy como me autopercibo, lo demás es contingente y puede modificarse utilizando como único criterio la voluntad o el deseo).

Para el progre, ser es ser deseado. El deseo de la madre, por ejemplo, hace que automáticamente un saco de células se convierta en un hijo posible, en un hijo sustentable. Ese es el fundamento metafísico último y absoluto de todo ser, que no necesita justificación. Quien aún no desea será por el deseo de otro. Y ese que desea a su vez tendrá sentido deseándose a sí mismo. Todo ser posible es por el deseo de un ser existente. Y este es por el deseo que tiene de ser. Es decir, se desea a sí mismo, y lo que desea es lo que le da su identidad. Como El único y su propiedad, del anarquista Stirner (Stirner, M., 2004), el progresista se da el ser a sí mismo. Ese ser es sujetivo, es decir, es puro espíritu, y su cuerpo es una contingencia. Pero según cómo se la tome, de acuerdo con ciertos rasgos, ese cuerpo puede ser tema de orgullo o de rechazo. Hay para los progresistas tres ejes identitarios, que pueden ser materia de aceptación o rechazo, y si es rechazado debe ser adecuado para que su apariencia objetiva se acomode a su esencia subjetiva (después de todo es un avatar más o menos contingente, siguiendo la idea gnóstica de un origen en un pléroma o plenitud espiritual sin falta y sin mancha):

  • El género: es la suma de dos cuestiones no correlativas, que son, con qué sexo me identifico, y qué sexo me produce deseo. Cuando hablamos de sexo no hablamos del sexo biológico, sino del sexo híbrido entre lo espiritual y lo corporal. Por ejemplo, una persona puede identificarse como mujer, como mujer en el cuerpo de un hombre, como hombre, o como hombre en el cuerpo de una mujer. Puede aceptarse como híbrido entre hombre y mujer, o modificar su sexo corporal para adecuarlo a su sexo espiritual. Pero nunca, nunca, puede hacer una terapia que modifique su autopercepción, esto es, la sexualidad con la cual se identifica, que es predominantemente subjetiva. La sexualidad subjetiva o espiritual es la que domina, aunque sea reflejo de una sexualidad corporal real o posible, y en la posición queer simplemente no hay sexualidad, se es esencialmente asexual.
  • La raza: la raza superior es la negra, la india, la indígena. Los blancos son seres inferiores. Sin embargo, pueden ser tolerados si rinden pleitesía a las otras razas y se disculpan por pertenecer al grupo identitario que los mancha con los crímenes de sus ancestros. Con respecto a los orientales no hay una posición definida.
  • La cultura: la cultura y religión superior es la musulmana. Los cristianos y los judíos pueden ser tolerados si rinden pleitesía y se disculpan por los crímenes que su cultura cometió contra los musulmanes. No hay una posición tomada con respecto a otras religiones y culturas.

La teoría de la izquierda progresista indica que el pecado original de la humanidad fue la creación del sistema de dominación heteropatriarcal de raza blanca y capitalista. Incluso propone reescribir la historia para mostrar que ya en la antigüedad existía el capitalismo, lo cual es ridiculizado por los liberprogres, para quienes el enemigo no tiene raza, ni cultura, ni identidad definida, y es simplemente cualquiera que se oponga a que otro viva del modo en que lo desee y disfrute de su propiedad. Es decir, no son iguales en cuanto a la importancia que le dan al origen del mal y los detalles identitarios de ese mito fundador. Claramente, los progresistas de izquierda consideran necesario hacer un relato de cómo apareció el mal en el mundo, pues sólo de ese modo es posible saber cómo hacerlo desaparecer. La suya es una idea de caída y redención de la humanidad, mientras que los liberprogres entienden que no hay una caída, sino un estado inicial de desamparo e ignorancia que progresivamente se ha ido superando con el desarrollo de la ciencia y de la técnica, a la cual no deben interponerse escrúpulos morales o religiosos. Siendo tecnocrático, el liberprogre considera que los problemas de la técnica se superan con más técnica, y tiende a seguir las ideas del creador del positivismo, Augusto Comte, al pensar que la humanidad pasa por tres etapas: teológica, metafísica y positiva. Es iluminista y tiende a considerar que el hombre es un cerebro que piensa, aunque posee, además, derechos que deben defenderse. Ante todo, el derecho al conocimiento como una manera de eliminar las supersticiones, entre las que incluye todo lo que sea religioso.

Esto en cuanto a las teorías. En la práctica, de parte del progresismo de izquierda hay una defensa de la idea de Foucault de que el capitalismo es insuperable, y que la única manera de ganar la lucha contra la opresión y la desigualdad es ganar poder. Eso se logra de distintas maneras:

  • Apelando a la ética, mostrando la bondad de la causa que se defiende, presentándola, sea como algo que redundará en una mejora de la vida de todos, sea como una causa justa para la defensa de personas indefensas y vulnerables.
  • Presionando a los partidos políticos para que utilicen sus consignas como medio para ganar adherentes, haciendo de sus reclamos un elemento transversal a varios partidos políticos tradicionales.
  • Si nada funciona, utilizando cualquier acto de violencia publicitado en los medios y dirigido contra un miembro de su grupo, para ejercer actos de vandalismo y ganar las calles, generando temor de algunos y adhesión de otros, bajo la consigna de destruir el orden vigente para generar otro nuevo y mejor mediante una pantomima de revolución que obligue a un cambio de agenda en las instituciones encargadas de sancionar o aplicar determinadas leyes, llegando incluso a la propuesta de una reforma de la propia constitución de un Estado.

 

En el caso de los libreprogres, en cambio, hay una apelación a la moral, al progreso y a la búsqueda de soluciones por vía institucional, de un modo no radicalizado, y que no ponga en peligro la propiedad privada.

Con esto hemos mostrado un panorama general del origen y el estado actual de la cuestión del progresismo, como una primera aproximación que no pretende ser exhaustiva, y que los demás artículos del trabajo ayudarán a aclarar, profundizar, y, de ser necesario, a corregir.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Bacon F. (2017). La nueva Atlántida. México: Fondo De Cultura Económica.

Condorcet (1980). Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano. Madrid: Editora Nacional.

Hutin S. (1984). Los gnósticos. Buenos Aires: EUDEBA.

Sibilia P. (1999). El hombre postorgánico. México: Fondo de Cultura Económica.

Stirner M. (2004). El único y su propiedad. Buenos Aires: Utopía Libertaria.

Swift J. (2014). Los viajes de Gulliver. México: Editorial Sexto Piso.

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